Ayer fue el día «F» en Rock in Rio. «F» de fan. Porque por allí pasaron dos de las bandas que mejor representan esa extraña fuerza de la naturaleza, incomprenisble para algunos, maravilloa para muchos, y muy rentable para unos pocos, que es el fenómeno fan. En principio, las apuestas parecían favorables para los alemanes, en vista de las colas que su hinchada formó desde primeras horas de la mañana. Pero hubo sorpresa (¿o no?).
Los gemelos Kaulitz lideran un grupo que ha arrasado con todo entre los —o mejor las—más jóvenes, y se han montado un show de primera línea que los deje atónitos, que ahora los chavales no se sorprenden con cualquier cosa. Salen a escena, y empiezan a explotar fuegos artificiales de los que dan miedo —no es broma, algunas caras de la primera fila daban risa, si uno es un poco cruel— al ritmo de «Break away». Muy mal pintó el comienzo, con el baterista desacompasado y la voz de Kaulitz más regular que bien. Sin embargo, una corrección rítmica, un poco más de volumen al micro y todo arreglado.
Siguen con «Final day», los hermanos juntan sus cuerpos a lo heavy y los gritos casi impiden escucharles. Es la histeria adolescente en estado puro. «Tantos países, tanta gente...», dice Bill con cara de angelito. Y, fidelizando, exclama: «¡Esta canción va sobre vosotros y nosotros, y sobre estar siempre juntos!». El tema en cuestión, paradójicamente titulado «Love is dead», precede a una sarta de himnos juveniles que alcanzan el éxtasis con «Don´t jump» y «Monsoon», su primer hit internacional. Seguro que muchos niños y niñas no olvidarán un espectáculo como el de anoche, pero como alguno de ellos se haga rockero, seguro que intenta ocultar su turbio pasado...
En la explanada frente al Escenario Mundo se produjo poco movimiento entre éste y el siguiente concierto, el de El Canto del Loco. Sólamente se vio huir a algún padre con sus hijos, y entrar a algunos veinteañeros más.
Dani Martín, que sabe montárselo bastante bien en directo, sabía que ayer había que dejar huella, y nada más salir a escena con «Personas» la lió bien parda a base de saltos y muecas del loco . Lo tenían todo a su favor: 50.000 personas, y frente a ellos, no dispersas como en la actuación de Neil Young el viernes. Y otra ristra de súperhits: «Volverá», «Eres tonto» y «La madre de José» montaron tal bullicio en la Ciudad del Rock que definitivamente quedaron coronados como reyes de la noche, Tokio Hotel, dijo Dani—.
La tarde comenzó más floja, si la vara de medir son los millones de discos vendidos. Varias bandas fueron pasando por el Hot Stage cuando el sol mordía el pescuezo; la primera de ellas, Brodas, procedente de Arganda. Unos cuantos remojones en las fuentes, y los gallegos Ragdog ya saltaban a escena para demostrar porqué han sido rescatados del olvido por una gran multinacional. El tercer toro de la tarde fue Standard, un combo de rock electrónico que sin duda se convirtió en el triunfador del Hot Stage, con permiso de los suecos Mando Diao, curtidísimos en esto de los festivales. El verano pasado ya cataron el júbilo español en el FIB, y en esta ocasión no fuimos menos. Además, había unos cuantos ávidos de alguna emoción fuerte en este festival tan light.
¡Brasil!
El Escenario Mundo, hasta la hora de Tokio Hotel, fue una verbena brasileira en toda regla. Primero fue la guapísima Ivete Sangalo la que nos transportó a Rio —al de verdad— al ritmo de samba, reggae y un poquito de rock aderezados con veinte bailarines embutidos en cuero negro. La sopresa llegó cuando se marcó una versión tropical del «Corazón partío» de Alejandro Sanz, que todos corearon, orgullosos de saberse la letra de pe a pá. El de Sangalo fue el primer fiestón del día, pues ni un alma se quedó tumbada en el césped durante la hora y media de su show. Antes de despedirse, la cantante tiró de populismo futbolístico, sacando dos banderas, la brasileña y la rojigualda, que provocaron el delirio colectivo. «¡A por ellos, oé, a por ellos, oé!»...
Carlinhos Brown llenó el escenario de colorido cuando salió a las tablas con un penacho indio sobre su inquieta cabeza. Fue sonar «Pop raladrao», y la jarana de Sangalo quedó eclipsada por completo. Brown se recorrió unos cuantos kilómetros sobre las tablas, ofreciendo el micro al público de uno y otro lado para que cantase «Magalenha», pistoletazo de salida para una enorme batucada liderada por él mismo, quien también trató de recoger favores gracias al fútbol, poniéndose una camiseta de la selección. «Yahaha», «Odoia o» y «Alegria»se alzaron como la tríada más bailada en Rock in Rio hasta ese momento, lo que no evitó peticiones unánimes de que la cosa continuara.
Los organizadores, sin embargo, debieron pensar que mejor sería no provocar a los fans de Tokio Hotel, histéricos después de una espera de tres meses tras la cancelación de su concierto en Madrid. Y así fue como se acabó el tropicalismo y llegó la sobredosis de fenómeno fan.
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